Teniendo en cuenta…

Por: Valentina Luppoli

Teniendo en cuenta que estamos siendo atravesados por un  contexto extraordinario de virus mortales, pandemias, conspiraciones y catástrofes, uno que no teníamos manera de saber cómo afrontar, más que lo que vimos en películas pochocleras de ficción, lo que me tocó es una seguridad estable que se encuentra  recostada sobre un piso de cristal. Tengo la suerte de estar en mi casa, cómoda y cuidada. Cuarentena con mi familia, donde no nos falta el amor expresado en cafés matutinos, partidas de cartas, recomendaciones de series y respeto por el silencio sagrado durante videollamadas. Estar juntos todas las horas, de todos los días, de todas las semanas, convierte fácilmente ese amor en agobio. Muchas veces me siento ahogada al no tener ni un solo lugar donde pueda perderme en mis pensamientos, intento encontrarlo, entonces nado cada vez más profundo, hasta que no se escuchen más los ruidos de la televisión ajena, tan hondo que ya no veo las coreografías de baile de mi hermana ni siento los olores de los sahumerios de mi mamá, no, tan abajo que soy capaz de encontrarme conmigo misma. Sin embargo, cuando estoy a punto de llegar a mí, tengo la necesidad de respirar, ahí comienza un ascenso apremiante impulsado por burbujas de desesperación y decepción. Estoy agradecida de mi situación, la cual puede ser llamada con toda razón privilegiada, pero eso no implica que esté exenta de lapsos de tristeza punzante.

Soy una estudiante de la Universidad de Buenos Aires, la incertidumbre que me recorre el cuerpo desde el día uno se debe, en parte, a mi situación con respecto a las materias. Estoy cursando de forma virtual, intentando seguir con dificultad las clases atravesadas por problemas técnicos, miedo, desgano, profesores poco amigos con la tecnología y mucha novedad. Pero estoy cursando. Sigo las lecturas en pdf arriesgando un nuevo aumento de graduación de mis anteojos, videollamo con mis amigos para resolver los trabajos juntos, tomo mis clases de italiano. El tiempo parece haberse congelado y yo intento reanimarlo con bocanadas calientes de cotidianidad.

También me tocó aprender cosas nuevas. Por ejemplo comencé a hacer yoga, la cual descubrí que al terminar la sesión, me deja una sensación cálida en mi humor. Conocí cómo funcionan los sistemas de salud alrededor del mundo, aprendí a calcular tasas y cómo el racismo se acentúa mientras todo se desmorona. Me percaté de que mi perro duerme con la lengua afuera, de que me gusta más el café sin leche y de que mi hermana no sabe leer relojes si no son digitales. Además comprendí que los límites los traza cada uno de forma diferente y hay que tomarse el trabajo de identificarlos para poder sentir y cuidar del otro. Me di cuenta de que muchas cosas que me propongo no las hago porque no quiero, ya no tengo la excusa de culpar al tiempo.  Así, en proceso de conocerme, decidí anotarme en talleres de escritura para tener un espacio catártico y liberador. Por ahora me funciona, por lo menos cuando escribo, me siento más yo que nunca.